Resultó lluvioso, algo fresco y oclusivo, el día de marras en Madrid. Pero esos días me gustan, pues me transportan suavemente entre brumas sentimentales, a lo más profundo del alma, donde siempre hay cosas bellas que escribir. Y además, siempre es mejor oler mi amada humedad, que el asfixiante aliento de los espectros de cuatro ruedas… o más, y de los que no se puede decir que carezca tan apabullante ciudad. Pero en este caso la bohemia duró poco, y de tal forma pasé de la Sonata no.3 de Beethoven al Thunderstruck de AC/DC, en menos tiempo de lo que canta un ciempiés.
Y es que la vitalidad estresante de Cristina Caviedes
queriendo llegar absolutamente a todo para que absolutamente todo salga bien,
se apoderó de mi frágil personalidad hasta dejarme un pequeño pincho en el
corazón y un inapreciable temblequeo en las piernas, desde el mismo momento en
el que monté en su vehículo. Momento celebrado, no solo por volver a verla a
ella, sino por conocer al primero de los escritores que aún no conocía; el
tímido pero agradable Álvaro Cabrera, venido desde Canarias, presentaría su
flamante «El emisario del mañana», el primero de una saga de ciencia ficción
que promete ser interesante.
Tras la rápida comida, y a la que en mitad se añadieron los terremotos gallegos, Guillermo Moldes Rodal y Gabriel Romero de Ávila, el primero con su «El enigma del platero» y el último con «Nilidiam», a los que fue un gustazo volver a ver, corrimos raudos en busca del tranquilo trio catalán, formado por el gran Antonio Sánchez Vázquez, coordinador de varios trabajos, y con el que había tenido el enorme placer de coincidir en una gira por Cataluña, Francisco José Ruiz Molina, a quien conocí en Barcelona, y donde tuve primera noticia de que íbamos a ser compañeros de editorial, y Miguel Chamizo, segundo placer al conocerlo.
Directitos al hotel, reparto de habitaciones, unas cuantas
risas, charlas, duchas y relax, y a buscar el local, no sin antes correr de
nuevo al hotel a buscar... ¿os podéis creer que se nos olvidó un autor en el
hotel? ¡Y eso que éramos dos coches atestados de gente! En fin, mis más
sinceras disculpas al pobre Álvaro Cabrera, en lo que me toca, que bastante
tenía con nuestras locuras, como para encima esto.
Quizá ahora, en estos tiempos podría parecer sencillo llegar
a cualquier lado, pero nada más alejado de la realidad si donde los
sofisticados satélites americanos, coordinando cada persona, cada minúsculo de
sus movimientos, si se me apura cada pensamiento humano, no son capaces de
llevarse bien con un GPS que vetustamente locuaz se empeña en girar y girar
alrededor de su destino, en lugar de llevarnos a él, anunciándonos de paso
inexistentes controles de alcoholemia, y quitándose la palabra un extraño
matrimonio de dos voces de distinto sexo, cual verduleras dentro de una caja de
zapatos. Pero al final, y con ayuda de los móviles, llegamos.
Excelente sitio que mezcla vanguardia del ocio, con
entretenimiento cultural. No demasiado amplio, pero sí preparado.
Tras un cuadro y un extraño tejado de adorno que salía de la
pared, rotos, comienzan las presentaciones ante el abarrotado local.
El terror humorístico de «Zombifícalo»
y el novedoso e inquietante realismo
de «XYY, cromosoma asesino» fueron presentados por sus correspondientes
colaboradores, entre los que me incluyo;
mi «Borrador de un libro en blanco»; el sufrido Álvaro Cabrera con su «El emisario del mañana»;
Gabriel y su Nilidiam, quien sufrió más todavía al comprender que se hacía
pública su habilidad de trípode gobernado por una gran cabeza (un cariñoso
abrazo para él, quien enfundado en su característica simpatía, sorteó con
estilo las adversidades que se le opusieron); Eva del pozo y su « »; Dolores Vendrell
con «Mi hermosa Ruanda» (Como me habría gustado charlar con ella, pero
discretamente se me escapó. Seguro que habrá otra ocasión); El gran Guillermo
Moldes Rodal «El enigma del platero»; Y por último, Francisco
José Ruiz Molina con «El alma de mi tierra».
Después llegaron las charlas, las firmas y las fotos
(gracias por asistir, Eduardo), más tarde una cena que presumía más de lo que
fue, cervezas, y sanseacabó.
No puedo por menos que agradecer a Editorial Universo, a su
directora, Cristina Caviedes, a todos los/as asistentes al acto, al local
cultural La Fábrica, y a los/as compañeros/as con lo que tuve el placer de
compartir, por la celebración y su implicación en ella.
Fue un gustazo.
Le pongo frase: «Todo dormía, como si el
Universo fuera un error» (Roni Horn)
Una música: Skin - Kill Everything (no dejó de sonar en mi cabeza todo el tiempo, aunque en nada tenía relación con el momento. Suele pasarme).
Un color: Dos, amarillo incandescencia y gris.
Toño Diez
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